El sol se colaba por las rendijas de las persianas cuando Laura despertó. Un torrente de emociones la invadió al recordar la razón por la que se encontraba en esa habitación de hotel: la firma del divorcio. Un nudo se formó en su garganta al pensar en la casa que ya no compartiría con Carlos, su esposo durante los últimos 15 años.
Las últimas semanas habían sido un torbellino de emociones. La decisión de divorciarse no había sido fácil, pero ambos habían llegado a la conclusión de que era la mejor opción. Sin embargo, la división de bienes y la custodia de sus dos hijos, Elena y Tomás, parecían un campo de batalla sin tregua.
En un último intento por evitar un juicio largo y doloroso, Laura y Carlos aceptaron la recomendación de su abogado de intentar la mediación. La idea era reunirse con un mediador neutral que los ayudara a encontrar un acuerdo que satisficiera las necesidades de ambos y, lo más importante, protegiera el bienestar de sus hijos.
Llegaron al centro de mediación y la mediadora, los recibió con una sonrisa cálida y un ambiente acogedor. Con su voz tranquila y pausada, les explicó el proceso de mediación, haciendo hincapié en la importancia del diálogo y la escucha activa.
Proceso de mediación
Las primeras sesiones fueron tensas. Ambos expresaban sus frustraciones y defendían sus posiciones con vehemencia. La mediadora, con paciencia y sin tomar partido, los guió hacia un terreno común. Les pidió que se enfocaran en el futuro, en cómo construir una nueva vida para ellos y sus hijos.
Utilizó técnicas como la lluvia de ideas para explorar opciones creativas, la paráfrasis para asegurar la comprensión y el «role-playing» para ponerse en la piel del otro. Poco a poco, las barreras comenzaron a caer. Laura y Carlos se dieron cuenta de que, a pesar de su ruptura, aún compartían el amor por sus hijos y el deseo de un futuro mejor para ellos.
Después de varias sesiones, finalmente llegaron a un acuerdo. Se dividieron los bienes de forma equitativa, establecieron un calendario de visitas para los hijos y acordaron trabajar juntos en la crianza y educación de Elena y Tomás.
Al finalizar la última sesión, Laura y Carlos se dieron la mano por primera vez en meses. En sus ojos se reflejaba una mezcla de tristeza por el final de su matrimonio, pero también de esperanza por un nuevo capítulo en sus vidas. La mediación no solo les había permitido evitar un juicio largo y costoso, sino que también les había dado la oportunidad de sanar las heridas y construir una relación más sana como padres.
La mediadora, observaba la escena con satisfacción. Ella sabía que su trabajo había contribuido a que Laura y Carlos encontraran una solución pacífica y beneficiosa para todos. Su experiencia le confirmaba una vez más el poder de la mediación como herramienta para transformar los conflictos en oportunidades de crecimiento y cambio.
Núria Vicente de Diego
Abogada y mediadora por vocación, comprometida en mi profesión como un medio básico para la sociedad, en la que el abogado y mediador es el puente entre el ciudadano y la justicia.
Para mí, el refuerzo de las relaciones humanas es básico en el ejercicio de mi profesión.
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